EDUARDO  BARBERO

El Valle Salado de Añana (Euskadi), es un testimonio milenario de la relación entre el ser humano y la tierra, un dibujo vivo trazado sobre el lienzo del tiempo. Este peculiar paisaje geométrico, moldeado por generaciones de salineros, se asienta sobre las huellas de un antiguo mar que desapareció hace 200 millones de años, dejando tras de sí una burbuja de sal que persiste como un regalo de la prehistoria.

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Miles de plataformas de evaporación, construidas con piedra, madera y arcilla, conforman un intrincado mosaico que respira la esencia de las confluencias: naturaleza, historia y técnica en perfecta sintonía. Una red de canales de madera, sutiles y funcionales, guía el agua salada desde los manantiales hacia cada rincón de este paisaje, donde el sol y el viento completan la alquimia de la sal.

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El Valle Salado no es solo un espacio; es una obra de arte viva, donde los elementos se organizan en armonía y cada rincón narra el esfuerzo colectivo de manos que, a lo largo de los siglos, han dado forma a un legado tan único como eterno. Las imágenes en blanco y negro recuerdan los trazos de carboncillo sobre papel, donde las sombras y las líneas revelan la profundidad de su alma salada.