EDUARDO  BARBERO

La bruma avanza con la levedad de una materia informe, sin prisa, repta sobre la tierra dormida. La niebla se aferra a las ramas desnudas, al filo de la mañana. La helada ha trazado su huella en los bordes del camino, en los campos de cultivo lunáticos, escarcha que el sol velado apenas consigue deshacer. Los colores se deslizan como en una pintura de Monet, todo es reflejo, transparencia, sombras líquidas. Más allá, la distancia se disuelve con la suavidad de un Turner: contornos desvaídos, formas difuminadas, un horizonte que se repliega en sí mismo. Bajo los pies, los pasos crujen, quebrando el silencio helado con su aspereza. El aire cortante se aferra a la piel, deja su rastro breve antes de desvanecerse. Nada es nítido; todo se funde en una imagen incierta, flotante, a medio camino entre el sueño y la luz.