La Puda
Fotografía digital retocada / 30 X 30 / 2016
poemas de Teo Serna
La Puda de Montserrat fue un antiguo balneario localizado en la margen izquierda del río Llobregat. Se dice que sus aguas sulfurosas surgieron de un terremoto desde el siglo XVIII. En 1870 se construyó y durante las décadas siguientes fue ampliando sus instalaciones. Su momento de esplendor fue entre los siglos XIX y XX. Acudía la gente más selecta de la burguesía de Barcelona. Se hospedaban en el hotel Gori de Olesa de Montserrat y unía el balneario con las diligencias. Durante la Guerra Civil acogió a 500 refugiados. Se dice que estas aguas curaron a la reina Isabel II. Manan a razón de dos millones de litros diarios. Se clausuró en 1958, destrozado por una crecida del río y actualmente está en estado ruinoso y lleno de maleza.
La luz, la puerta
Al otro lado, la luz, tras la puerta.
Llama la luz con toque preciso,
insiste en tu soledad,
reclama la atención desde su albura.
Tras la puerta, la luz.
¿Quién ve esa ruina, ese destrozo,
ese callarse de otro tiempo?:
la luz que viene de allí,
de algún jardín abierto,
del cielo caído en una alberca seca.
La luz.
La puerta.
Y tú aquí, esperando,
con tus escombros a cuestas,
fieles como un perro al que acariciar, callado.
La maleza
…pero es la vida que surge y trepa
y asciende a los arcos, a los falsos balcones
y ciega las puertas y los peldaños…
No hay ruido en esta vida,
se diría que no hay vida en esta vida
y que todo es muerte
(y ya ni eso: olvido sólo).
Pero hay un rumor,
brevísimo como huella de hormiga,
un rumor que se escribe vertical, terco,
un rumor que impone un combate
y busca en su batalla la sorpresa de estar vivo.
La ventana
Escucho una voz que reclama una mano,
un susurro entre las sábanas,
una queja,
la brevedad tibia de algún beso.
Pero aquella mujer…
(porque es una mujer esa que habla y susurra y se queja y besa)
¿dónde aquella mujer?
La habitación es cuadrada, limpia;
la mujer se asoma a la ventana,
sonríe ahora,
se lleva una mano al pecho,
mira la velocidad de un pájaro,
el griterío de un niño que corre, abajo.
¿Dónde el niño, el pájaro dónde?
La ventana, el hueco enorme de la ventana,
rectangular vacío que lleva a lo oscuro, que lleva
¿dónde?
El pasillo
Si alguna vez hubo pasos,
sombras alargadas por el atardecer;
si alguna vez hubo quien dejó presencia y huidas;
si alguna vez alguien se asomó a las ventanas
para ver el sol de siempre, los árboles de siempre,
aquella luz que pudiera ser esta misma que ahora ciega…
¿Y si aquellos pasos están aquí, siguen aquí…
y si el tiempo no ha pasado
y soy yo quien está muerto
y mira ahora este pasillo
para ver sólo la distancia y el silencio
y soy la desolación única del fantasma
que se niega a desaparecer para siempre:
esa traslúcida mancha que es, no siendo nada?
La pared
Escribe el tiempo con erratas viejas,
moja en la humedad sus dedos, sus ojos,
sus manos transparentes de terciopelo ajado.
Deja aquí el tiempo su mácula,
su colección de cicatrices
para escribir su rima y su poema:
el único poema que importa,
el único que, callado,
lo dice todo.
La escalera
Sube la oscuridad muy despacio
por la escalera.
Sube de puntillas la oscuridad
manchando los peldaños de silencio.
¡Nunca acaba la oscuridad
de subir esta escalera!
¡Qué lenta, la oscuridad,
qué despacio diluye la luz
en su vaso de cristal opaco!
Me susurra nombres, la oscuridad,
mientras sube y sube…
Susurra nombres que son uno sólo: mi nombre,
mientras enciende las sombras
una a una
y las deja caer, escaleras abajo,
como ascuas yertas de apagado fuego.
El sillón abandonado
Acoge ahora al aire espeso,
al polvo viejo,
a los insectos presos en taimadas telarañas.
Pero deja algo:
la forma de un cuerpo,
el peso de alguien que fue,
la horma del cansancio enorme de otro tiempo.
No te sientes aquí.
No es bueno sentarse en el olvido.