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TIEMPO VISIBLE
 
 

Libro de poesía y fotografía. Edición  Caravansari  /  20X20  /  2010-2014

TIEMPO VISIBLE

(el tiempo es siempre la esperanza)

 

“Toda cosa desea naturalmente mantenerse en su ser”

Leonardo da Vinci

 

 

Articular en imágenes la experiencia del viaje, el reto de mirar a través de una máquina y de un instante escogido, esperado; existir en el efecto de la energía que es la luz. Reconstruir a través de una sincronía cierto espacio en un tiempo determinado, exacto, súbito, a la vez interior y exterior. Recibir, con el agradecimiento de la belleza, la ofrenda de posibilidades entre ritmo y cambio constantes. Fotografiar es sintetizar momento y situación, descubrir lo reconocible y lo inaudito en una sola imagen, en apenas un instante. Siempre vivimos el comienzo; recuperamos la memoria. Retroceder para avanzar.

 

Sí, viajar consiste en ir hacia adelante; el tiempo es una construcción de nuestros sentidos. La fotografía, de algún modo, convierte el viaje y el tiempo en invulnerables. Aunque nuestros sentidos sean un maravilloso mecanismo de complejas percepciones, algunas de las mejores impresiones vitales no podemos llegar a definirlas. Podría ocurrirnos lo mismo tras el paseo, la lectura, la mirada y la revisión de este libro; pero vamos a intentarlo. Tiempo visible refiere una introspección y se construye como un prisma: entender el lugar que uno ocupa en el mundo; sentirse en casa a través de la capacidad de evocación y de persuasión de las imágenes, en cualquier espacio o lugar representado, capturado. Incluso aunque atisbemos parajes amablemente fantasmagóricos apenas sin figuras, en algunos escenarios que veremos. Prisma además porque recorren estas páginas emparejamientos de palabras y de instantáneas, de texto e imagen en permanente diálogo. Prisma también para llegar al hecho, al encuentro de la cultura mediante la plasmación de la Naturaleza.

 

Edu Barbero y un servidor contactamos por primera vez hace algo más de cuatro años; al principio, varias veces mediante el correo electrónico; pronto tuvimos que hablar por teléfono. Recuerdo que en nuestra primera conversación oral le advertí, al escuchar sus primeras palabras o frases, que su voz sonaba tal y como mi imaginación había supuesto. Desde esas correspondencias iniciales intuyo que surgió una complicidad entre su apasionado quehacer fotográfico y mi tarea con la escritura. Coincidimos personalmente en enero de 2011, en un entrañable encuentro artístico celebrado en una localidad tarraconense cercana a la capital. A mi regreso a Madrid, cierta noche de domingo, escribí un poema –el primero de ese año, el primero también de una nueva vida, lo que supe algunas semanas después- y compartí con él –y con nuestro común amigo César Reglero- aquellos versos de triste final. Aquel breve viaje, aquel encuentro, fueron como la lectura de un poema o el mirar una fotografía, no solamente palabras, datos, referencias, información,… sino una auténtica experiencia y un revulsivo, libres, como el vapor de un agua muy caliente. Conocer ahora Tiempo visible significa, en gran medida, cierta reminiscencia de aquello ocurrido tres años atrás; por los esplendores luminosos que recorren estas páginas, las artísticas y las vitales.

 

El blanco y negro y los matices monocromáticos depuran la mirada, sanan nuestra memoria visual. Árboles, agua, piedras, páramos, monumentos, puentes,… acercarnos a través de las palabras y las fotografías, afectarnos, cambiarnos de algún modo. A pesar del gris predominante, la atmósfera es metáfora de una estancia presidida por una hoguera que nos reconforta. Mediante la opción del blanco/negro, la luz escogida, las distancias, la composición, los planos, etc., se produce un descubrimiento del lugar retratado, una renovación velada en busca de un tiempo transformado. La magia reside en la imaginación inducida, invitada; un despertar de ideas a través de emociones, un fluir de éstas desde conceptos expresados en el verbo.

 

El proceso fotográfico en ejemplos como éste tiene en el disparo inicial un breve inicio: el sitio concreto elegido, el tema buscado, aparecido o perseguido, en función del lugar geográfico peninsular en que el autor se encuentre; pero sí, eso resulta solamente el punto de partida. Con el telón de fondo del tiempo, el fotógrafo amasa un puñado de elementos adicionales, técnicos, de voluntad y como proposiciones mentales, que seleccionarán las instantáneas, que modificarán procesalmente el resultado de cada composición expuesta. Porque la intención de Edu Barbero es pensar y escribir con cada fotograma: instrumentos objetivos al servicio de una comunicación subjetiva; el despertar de una dicotomía constante entre lo mostrado y lo oculto, lo elegido y lo excluido, entre lo inmediato y la ausencia. Signos, en cualquier caso, para evadirnos como en los sueños, o para adentrarnos en cuestiones, dudas y planteamientos inexorables. Todos desde la perspectiva de un creador artesano y psicólogo al unísono. De un hacedor de nidos al borde de un precipicio, junto a mansos volcanes de agradables aromas.

 

Imaginamos la visión de estos lugares en silencio; aguardamos en cada página leves susurros; y cerraremos los ojos a veces augurando el resonar armonioso de una gran orquesta, al fondo, queriendo descifrar en las sombras de algunas paredes el eco de hermosas y potentes sinfonías; o en las copas de algunos de los árboles, el sonido de pájaros invisibles recitando los versos de la página que acompaña. Imaginamos entonces que estas fotografías pueden verse en la oscuridad, sí, como un milagro: porque las palabras son testimonio de que cada imagen es pensamiento. La singularidad de cada pareja texto/fotograma, en la sucesión de más de un centenar, se enriquece, forjando un mensaje completo, alrededor del concepto “tiempo” como premisa y como camino. El tiempo, como horizonte y casi como bandera: en la misma medida que el viento influye y determina el clima, aquí, es nuestro protagonista quien se erige como ese viento que condiciona, elemento decisivo, primordial.

 

Prisionero de las cifras, hermanado constantemente a los números, el tiempo logra aquí desprenderse de esas ataduras, desprenderse también de la tierra y del mar, porque ahora vestimos al tiempo de palabras, porque en los cementerios también crecen árboles y escuchamos aves diversas, y así no nos resignamos a lo que escribía Platón: “… y como el tiempo huye…”. Las palabras que encontraremos embellecen este racimo de paisajes, porque, como las fotografías que acompañan, ellas también portan creatividad, imaginación y pasión; inherentes, claro, al mensaje poético del que partimos, mensaje que es nuestro abrazo y nuestra senda. Huellas de unas y de otras que miramos, sin más, sin condición temporal, sin conjugación alguna más que la del presente.

 

Independientemente de los medios, recursos y características técnicas de una buena fotografía, ésta lo es también porque nos hace pensar y sentir. Percibimos, pues, paisajes en apariencia solitarios que aguardan la presencia de las palabras; adivinamos cierto diálogo entre misterio y verdad: el enigma en lo sugerido y la veracidad de lo bello. Nuestra mirada confía en el resultado plástico obtenido, más si cabe porque cada página es una invitación continua a la reflexión, a querer escuchar más de lo que nuestros ojos leen y observan: intención de agrupamiento, de cohesión, de tan amplio conjunto, escritura de autores plurales guiados por un nexo argumental, tiempo visible, aire y fondo de tantos lugares diferentes visitados por el fotógrafo. El rigor, la solemnidad y la esencia poéticas enmarcan los tonos evidentemente evocadores, los ambientes encantados y el halo de leyenda de la mayoría de las fotografías.

 

Capturar una idea, una emoción en una imagen, en unas pocas palabras también, es a veces tarea compleja, una tarea que da voz a lo que acontece dentro del creador, un esfuerzo que consigue alejar nuestros sentidos del hastío. Fotografiar es una manera de crecer, una magna geometría estudiada con amor, con el valor de lo artesanalmente producido. Y estas fotografías, veréis, tienen alma: las palabras que instigan y enzarzan, las que hallamos escritas y las que busquemos al alzar nuestra mirada del libro. Una ruta que pretende ser inmortal; desprenderse velozmente de ciertas cicatrices; dejar atrás peldaños gigantes para un náufrago. En el conocimiento y en las emociones expresadas atisbamos también una espiral que nos lleva a buen puerto, las palabras como un paraíso (puesto que en ocasiones el infierno es callarse) y la fotografía como un relativo sacrificio de posibilidades, pero noble tributo a la Naturaleza.

 

Para el hombre el tiempo es finito, pero crucial. Pero, recordando a Tito Lucrecio, “… no subsiste por sí mismo: la existencia continua de los cuerpos nos hace que distingan, lo pasado, presente, y lo futuro; ninguno siente el tiempo por si mismo, libre de movimiento y de reposo…”  y no brillan los árboles sin luz; contemplemos entonces lo que está en nuestras manos como una introyección de la memoria y del porvenir, como una generosa oportunidad de cambiar el ritmo en nuestra mirada para cambiar a continuación la cotidianeidad de cuanto respiramos. Sigamos avanzando sin importarnos la meta. Porque estas composiciones además de animar nuestra mente, servirán para hacernos/recordarnos más sensibles y humildes.

 

El tiempo visible es tiempo desnudo. El arte de la fotografía consiste, como definía Henri Cartier-Bresson, en “retener la respiración cuando todas nuestras facultades se conjugan ante la realidad huidiza”; eso, retener la respiración, pausa voluntaria en el comienzo del fluir vital; inspirar significa respirar. Retrospectiva de momentos con vocación de infinito: aire, luz, emociografías, escritura y pensamientos cuánticos, blancura dispersa, tiempo desatado. Pensar nunca es parte de la niebla. Sobre todo, cuando las páginas son cálidas; cuando la poesía no declina ni la música se arrodilla; cuando recordamos que Edu Barbero siente en las imágenes, describe con las luces y comparte en cada visión los trenes que le llevaron y los violines que elevaron sus vuelos y sus sueños. No entremos apresurados en esta singladura; la utilidad, la rutina y muchas costumbres saltarán por la ventana en esta casa sin premuras. Cada página es un comienzo. No habrá ojos capaces de poner en duda la belleza. Cada poeta ha sido leal mampostero y el fotógrafo hábil tejedor de una marinesca tela de araña para abrir los ojos. Porque el tiempo es siempre la esperanza.

 

 

J.  Seafree

(Madrid, marzo de 2014)

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